Dislexia: letras, sílabas y palabras sin significado
Alejandra -aunque podría ser Lucía, Daniel, Marcos, David…- tiene nueve años, está en cuarto de Primaria y tiene dificultades para leer y comprender lo que lee. Sigue deteniéndose en cada sílaba. No-pue-de-le-er-co-mo-cual-quier-ni-ño-de-su-cla-se. Empezó teniendo dificultades para hablar, se le resistía la pronunciación de la letra “r”. Luego, esos problemas se materializaron al empezar a leer, no seguía el ritmo de sus compañeros de clase, presentaba dificultades en la lectoescritura. A este retraso se le añadía que era tímida de carácter, con lo que sus carencias pasaban aún más desapercibidas.
Pero al llegar a cuarto y seguir leyendo como si estuviera en primero o segundo hizo saltar las alarmas de sus padres y profesores que decidieron ver qué pasaba. Tras una valoración rigurosa llegó el diagnóstico: Alejandra era disléxica. A pesar de su problema, acabó la educación secundaria con un apoyo constante del colegio y de la familia, con un refuerzo en la lectoescritura para adquirir la conciencia fonológica adecuada para conseguir leer.
Aunque puede leer, le cuesta acceder a un texto, entenderlo y comprenderlo. También ha tenido dificultades para expresarse por escrito, tanto en la riqueza y fluidez de los contenidos, como en la organización del escrito y en la ortografía. Por eso, para valorar el nivel de conocimiento adquirido, la mayor parte de los exámenes que realizaba Alejandra eran orales, porque los entendía más rápidamente y podía expresar mejor sus conocimientos. Además, podía defenderse mejor y evitar las temidas faltas de ortografía.
Diagnóstico
“Para poder diagnosticar la dislexia, el niño debe de tener un retraso de la lectura de al menos dos años o situarse en 1,5 desviaciones típicas por debajo de la media en laspruebas de lectoescritura. Su cociente intelectual tiene que encontrarse dentro del rango de la normalidad, nunca por debajo de 80, y descartar que no haya otros problemas, como, por ejemplo, un déficit de atención”, apunta la psicóloga Silvia Álava, quien añade que hay unos signos de alarma que pueden poner en sobre aviso de que algo pasa.
Así, si un niño invierte los números y las letras, comete rotaciones y confunde las letras b-d y p-q, tiene muchos problemas en la asociación del fonema con el grafema, es decir no llega asociar cada letra con su sonido, le cuesta realizar ejercicios de conciencia fonológica, no es capaz de separar las sílabas: a-be-ja, se salta de forma habitual renglones cuando lee en voz alta, inventa un número elevado de palabras y tiene verdadera aversión a leer y a escribir hay que pedir ayuda porque puede tener dislexia.
Dificultad, no impedimento
Juan Narbona, neuropedriatra de la Clínica Universidad de Navarra, se muestra partidario de desterrar el término dislexia y sustituirlo por el nombre oficial: trastorno del aprendizaje de la lectura y de la escritura. “Aunque realmente a mí me gusta más llamarlo dificultad para adquirir la lectura y escritura”.
Es una variación en la capacidad innata para adquirir este sistema (lectura y escritura) que no es connatural al humano, como es el lenguaje hablado. Una persona puede tener más o menos capacidad para descubrir y automatizar la lectura y la escritura, como se puede tener más o menos capacidad para tocar la guitarra o para la danza, pero esto no quiere decir que no pueda llegar a leer o a escribir. “Por lo general -continúa el neuropediatra-, se trata de una dificultad, no de un impedimento. Lo tienen más difícil que otros niños que leen ya en Infantil, pero acaban aprendiendo a leer”.
El especialista se queja de que cada vez se quiere que los niños lean antes y explica que en Dinamarca no se inician en la lectura hasta los siete años. “El descubrimiento de la lectura es algo que se hace de forma súbita y natural. Por eso, no hay que empeñarse en que lean con cuatro años. En esa etapa de la vida, deben hacer cosas más importantes en cuanto a psicomotricidad, convivencia, lenguaje oral, habilidades plásticas y manuales”.
Para empezar a leer se tienen que dar tres requisitos: dominar bien la lengua oral (que no está madura hasta los seis años), trabajar la metacognición del lenguaje oral y saber que las palabras se descomponen en sílabas, las sílabas en sonidos y conocer su relación con la grafía. Cuando el niño domina su lenguaje oral le resulta más fácil leer y escribir.
Lo que les pasa a los niños con dificultades para adquirir la lectura y la escritura es que cuando leen no lo hacen automáticamente ni de forma placentera. Aprenden a leer, pero con más trabajo y lentitud. Adquieren un nivel de lectura útil para desenvolverse en la vida, pero no se aficionan al placer de la lectura”.
Una cosa que deja tranquilos a los especialistas es que en los niños que tienen dificultad para adquirir la lectoescritura no existe ninguna lesión cerebral. “No se ha determinado ninguna anomalía cerebral que se corresponda a los problemas del aprendizaje de la lectura. Si ocurriera esto, la esperanza para poder solventar estos problemas sería nula y sabemos que con la dirección adecuada, el niño acaba leyendo. Si hubiera un impedimento anatómico sería mucho más complicado. Hay que entrenar y no hay que desistir”, apunta con optimismo Juan Narbona.
Ejercicios
Una vez que ya se ha detectado el problema se deben establecer pautas para mejorar la lectoescritura. Según explica Silvia Álava, acompañar a los niños que tienen problemas para leer con ejercicios específicos les ayuda a mejorar su lectura. Así, “es bueno grabarle de vez en cuando para que se escuche cuando lee y, de esta forma, aumentar su motivación hacia la lectura. Si omite alguna palabra o vemos que con alguna tiene más dificultades o se la salta, le pediremos que lea en voz baja, que detecte esa palabra y posteriormente que la escriba en su cuaderno y la lea varias veces para que adquiera habilidad articulatoria y le pierda miedo”.
De hecho, hay muchos métodos de apoyo visual y auditivo para que el niño aprenda y pueda ir poco a poco incorporando la lectura a sus capacidades. Hay que animar a que los niños lean y para esto no hay mejor ejemplo que el que le puedan dar sus padres. En este sentido, el neuropediatra afirma que “a un niño no se le puede decir que lea, tiene que ver a sus padres leer”. Y para hacerle atractiva la lectura, en un primer momento hay que leerle y una vez que está interesante la historia hay que dejarle que siga por sí mismo.
Otro aspecto que hay que tener en cuenta para que el niño se habitúe a leer es la hora que se elige para hacerlo. Si se le propone que coja un libro a última hora del día, el niño ya está cansado y por muy divertida y atractiva que sea la historia, no prestará atención porque no puede hacerlo.
Su día a día
Los niños con dislexia suelen ser muy conscientes de sus dificultades. Normalmente, tienen una autoestima baja y necesitan mucha motivación y refuerzo positivo. Por eso, Rosalía Hita, logopeda de un colegio público, dice que los adultos del entorno del niño son los responsables de llevar a la práctica en el aula, las pautas a tener en cuenta. También es responsabilidad del adulto crear un buen ambiente y una actitud positiva ante el compañero que presenta dificultades lectoescritoras. “Solemos explicar al grupo de la clase que igual que unos tienen dificultades con las matemáticas o con el dibujo, otros compañeros se les da peor la lectura o la escritura”.
Para que sigan mejor las clases, se recomienda que los alumnos con problemas para la lectura y la escritura se sitúen en las primeras filas, cerca del profesor y de la pizarra. Así, se les puede prestar más atención. “Tenemos que asegurarnos de que el niño ha comprendido bien el material escrito con el que tiene que trabajar”.
Desde hace unos años, en las aulas se siguen unas pautas para la evaluación de los alumnos con dislexia, que se aplican en los exámenes y en otras herramientas para la evaluación de los conocimientos adquiridos.
Entre estas medidas se contempla la adaptación de los tiempos para realizar los exámenes, incrementándolos hasta un máximo de un 35% sobre el tiempo previsto para el resto de los alumnos. También se puede adaptar el modelo de examen, el tipo y el tamaño de la fuente en el texto del examen.
A estos alumnos también se les permite utilizar hojas en blanco y hacer los exámenes de manera oral, situación que les ayuda en gran medida y les da tranquilidad. Otra medida para facilitarle los exámenes es realizar una lectura en voz alta de los enunciados de las preguntas al comienzo de la prueba y que ésta se haga en un aula separada para evitar distracciones.
Rosalía ahora está trabajando con un niño que cursa cuarto de Primaria, después de haber repetido su segundo. Según cuenta, tiene dificultades en la ruta fonológica de acceso al léxico, “es decir, que para leer una palabra utiliza la ruta global, ve la palabra globalmente y le cuesta convertir los grafemas a su correspondiente fonema”.
Con este alumno tiene que trabajar un programa específico de dislexia para favorecer la ruta fonológica, puesto que presenta muchos errores a la hora de leer: omite sílabas, sustituye unas sílabas por otras, se inventa palabras… En la escritura la situación no es mejor; presenta los mismos errores. Ante esta situación, deben mejorar la conciencia fonológica para que sea consciente de que cada letra tiene un sonido, que ese sonido unido a otro forma una sílaba y que varias sílabas forman una palabra con significado. Así podrá leer y comprender lo que lee.
Fuente; http://goo.gl/5pyGEU